miércoles, febrero 23, 2005

Gallardón, pillín

Ayer llegué muerto a casa, e imbuido por un hambre voraz de cultura (ya ha pasado tiempo desde que me metí entre pecho y espalda la ópera El barbero de Sevilla) sintonicé a Garci y su tropa de colaboradores insípidos. Y paso lo que tenía que pasar. No me convenció John Wayne, ni Lauren Bacall. Ayer, y a pesar de que quise ver gran cine según Garci, elegí otra pareja. Mira tu por donde, que la extraña pareja de la Otero me enganchó. Es más, elegí conscientemente a Gallardón y a Sabina antes que a los bellos pechos de la señorita que adornaba ayer la mesa de Crónicas (y no fui el único, porque Sardá volvió a caer por debajo de Buenafuente). Y repito lo de conscientemente porque no suele ser así.

la alegría de la huertael vicioso

Cuando escuché “no todos mis vicios son de sexo” de boca de Gallardón, Garcí y los pechos de la bella señorita de Crónicas perdieron la batalla. Y aunque el programa de la Otero desprenda cierto tufillo de peloteo socialista (no hay otra cosa que explique que aguante en antena con un share tan bajo), lo de ayer me hizo gracia. Más gracia le hizo a Sabina que Gallardón dijera que tenía todos sus discos. Lo bonito es imaginarse esa estantería madrileña donde reposan los compactos de Sabina, junto a una foto dedicada del expresidente Aznar. Que bonito. Donde esté esa imagen que se quiten tetas marcianas.